Una construcción que se conserva en perfecto estado desde que en el siglo XVIII fuera reconstruido. No comenzó a dar servicio a los caseríos del lugar hasta el siglo XVIII, en que el molinero percibía el "saskito" o celemín como pago por su trabajo. El agua, como antaño, imprime fuerza a las grandes piedras "muelas" que moviéndose con precisión en cada vuelta van produciendo harina de trigo y de maíz.